Alberto Fernández tendrá que levantar el default de Macri.


Cualquier analista alejado de la influencia de financistas concluirá que lo que hizo el macrismo con la deuda fue un desastre. En apenas cuatro años provocó un desorden mayúsculo de las cuentas públicas. En realidad, lo hizo en los dos primeros años de gobierno y en los dos siguientes trató de administrarlo, sin éxito puesto que terminó en default . El megacrédito del FMI fue clave para poder extender el plazo hasta el fin del mandato. ¿Cómo se califica en el mercado la deuda que un país no puede pagar de acuerdo al contrato de emisión? En default. En esa condición la deja Macri. El detalle de las acciones que provocaron semejante descalabro en tan corto lapso es abrumador.

Buitres. Se concretó el pago de todo y más de lo previsto de las demandas de los fondos buitre. No sólo fue rifar años de defensa de la soberanía financiera en tribunales hostiles de Nueva York, sino que también fue el inicio del entierro de un costoso ciclo de desendeudamiento. Se tiró por la borda el extraordinario apoyo a la posición argentina en la Asamblea General de las Naciones Unidas (nueve principios impulsados por el país y consensuados con el Grupo de los 77 más China, para la reestructuración de las deudas soberanas). El secretario de Finanzas, Luis Caputo, realizó oscuras negociaciones para definir los términos de los acuerdos con cada buitre, a los cuales se les abonaron el capital e intereses de los títulos que reclamaban más "algunos costos y gastos legales" no precisados. Este último ítem merece una investigación oficial para determinarlos y transparentar qué se pagó. Alfonso Prat Gay fue el principal responsable de esa operación como ministro de Economía. La campaña de desprestigio y de extorsión de los buitres al gobierno de Cristina Fernández de Kirchner, con el aval del resto del sistema financiero internacional, quedó en evidencia con el pago de Macri. Cobraron y desapareció la campaña antiargentina.

Dólares para gastos en pesos. Se empezó a emitir en forma vertiginosa deuda en dólares para atender gastos corrientes en pesos . No había ninguna necesidad de hacerlo de ese modo. Peor decisión para la administración de pasivos públicos no existe en el manual de deuda soberana. En una economía como la argentina, con restricción externa por la limitada disponibilidad de divisas, los dólares obtenidos de emisión de deuda deben ser orientados, en caso de ejecutar una adecuada política económica, hacia inversiones que generen posteriormente más dólares para atender ese pasivo. Los dólares deben venir a cerrar la brecha externa; no la fiscal. El absurdo en términos teóricos y prácticos fue que los economistas del gobierno y sus voceros defendieran como buena práctica tomar deuda en dólares para cubrir el déficit fiscal. Fue un disparate con consecuencias terribles en materia de estabilidad financiera y económica.

Más deuda en dólares. Se aumentó más en términos relativos la deuda nominada en moneda extranjera. Como se sabe, la economía argentina padece de una escasez aguda de divisas. Por lo tanto, incrementar las necesidades de dólares para pagar deuda acentúa los riesgos de inestabilidad. El macrismo no dejó pilar por debilitar de la estructura de la deuda, al incrementar la dolarización del stock total. Era del 67 por ciento a fines de 2017 para subirla a casi el 80 por ciento en la actualidad. Esto significa que una devaluación impacta muy fuerte en las cuentas del Tesoro, al requerir un mayor esfuerzo fiscal (más pesos para conseguir dólares) para hacer frente a los vencimientos de intereses y capital.

Cesión de soberanía. Pese a la traumática experiencia con los buitres y los tribunales de Nueva York, el gobierno de Macri incrementó la emisión de deuda bajo legislación extranjera. Recibió un stock de deuda con el 78 por ciento emitido en legislación local, para reducirlo al 54 por ciento en este año. O sea, la deuda con legislación extranjera subió del 22 al 46 por ciento. La política de cesión de soberanía jurídica implica una mayor vulnerabilidad del país en el momento de la renegociación de la deuda.

Deuda provincial. Para acercar más dólares a la economía macrista, se alentó el endeudamiento en moneda extranjera de las provincias . Si era irresponsable la política de endeudamiento en dólares del gobierno nacional, la de las provincias adquiere una dimensión extrema puesto que no tienen fuentes propias para acumular dólares para repagar. En 2016 y 2017, quince provincias, lideradas por la de Buenos Aires con la gobernadora María Eugenia Vidal, fueron motivadas por el gobierno nacional y se lanzaron a una carrera vertiginosa de endeudamiento externo. Emitieron bonos por 12.200 millones de dólares en el mercado de capitales internacional. El descontrol cambiario del macrismo alteró los presupuestos de las provincias endeudadas en dólares. La carga de intereses a pagar más que se ha duplicado medida en pesos, con ingresos que no subieron en esa proporción debido al impacto negativo de la recesión en la recaudación y en la decisión deliberada del gobierno nacional de trasladar a las cuentas provinciales parte del ajuste acordado con el FMI.

100 años. La manía del endeudamiento macrista derivó en el disparate de preparar en secreto la emisión de un bono por 2750 millones de dólares, a una tasa altísima del 7,12 por ciento anual del cupón, pero cuyo costo real fue de 7,91 por ciento, a un plazo de 100 años . Al Tesoro no ingresaron esos 2750 millones de dólares, sino que fueron 2475 millones, porque los bonos fueron entregados con un descuento del 10 por ciento. Es decir que por cada lámina de 100 dólares, el comprador pagó 90. No hubo difusión entre inversores y la colocación de los papeles de deuda fue definida en una conferencia telefónica en la cual participaron unas pocas grandes firmas administradoras de fondos millonarios. La operación fue liderada por bancos amigos (HSBC, Citi, Santander y Nomura) del entonces ministro de Finanzas, Luis Caputo. El bono a 100 años fue una muestra nítida de la desmesura de este nuevo ciclo neoliberal de valorización financiera.

Lebac y Leliq. Se armaron dos inmensas bombas de deuda en pesos de cortísimo plazo del Banco Central: Lebac y Leliq. Las primeras Letras fueron utilizadas por Federico Sturzenegger, el primer titular del BCRA de Macri, para facilitar una inmensa bicicleta financiera, en la cual participaron en forma muy activa grandes fondos especulativos internacionales. El stock de Lebac superó el billón de pesos, equivalente en su pico máximo a unos 64 mil millones de dólares. La corrida cambiaria de abril de 2018 empezó a licuar esos pasivos. La orden de largada para huir fue del JP Morgan: liquidó sus Lebac y compró inmediatamente con esos pesos 800 millones de dólares al Banco Central, a una paridad (20,50 pesos) regalada por Sturzenegger, antes de la fuerte devaluación. En la gestión de Guido Sandleris en el Banco Central, las Leliq reemplazaron a las Lebac , limitando la bicicleta a los bancos del sistema local. Estas emisiones de deuda tuvieron un costo inmenso en términos financieros por el pago de intereses: en Lebac se desembolsaron el equivalente a 26 mil millones de dólares, y en Leliq acumulan casi 700.000 millones de pesos, desde octubre del año pasado. Estos montos han sido una transferencia obscena de recursos públicos hacia el sistema financiero local e internacional.

Festival de Letras. El frenesí endeudador tuvo otro capítulo en la emisión de papeles de deuda de cortísimo plazo del Tesoro Nacional. A las letras del Banco Central (Lebac y Leliq) se les sumaron las Letes, Lecap y Lecer por un total equivalente a 32.500 millones de dólares. Con el mercado internacional clausurado, para cubrir vencimientos de deuda y para atender el desequilibrio del fisco, el Tesoro empezó a colocar Letras, en pesos y en dólares. Esa deuda inmensa que se fue acumulando, con vencimientos posteriores a las elecciones PASO y anteriores al 10 de diciembre de este año, no pudo ser cumplida de acuerdo a las condiciones de emisión. Fue "reperfilada", el eufemismo macrista para ocultar que defaulteó la deuda que había emitido.

FMI. El 4 de enero de 2018 fue la última emisión de bonos públicos en el mercado internacional por 9000 millones de dólares. Fue el aporte final de Wall Street a la causa macrista. Los principales fondos de inversión y bancos fueron inundados de papeles de deuda argentina. En marzo de ese año, el entonces ministro de Finanzas Luis Caputo viajó a Nueva York junto a sus colaboradores más estrechos para reunirse con bancos y administradores de grandes fondos de inversión. Pasó la gorra y lo que consiguió fue que le cerraran la puerta de más financiamiento. La economía macrista se quedó así sin el pulmotor de la deuda. Para eludir el default inminente, Macri corrió desesperado a abrazarse al Fondo Monetario Internacional. El organismo, dominado por Estados Unidos, le entregó el préstamo más abultado de su historia a un solo país. Lo hizo por los intereses geopolíticos de la potencia mundial. El monto inicial del stand by fue de 50 mil millones de dólares, acuerdo rubricado el 20 de junio. El programa se derrumbó a los dos meses, para pactar un segundo, elevando el crédito a 57 mil millones de dólares. El gobierno de Macri regresó al FMI a la economía argentina, presencia que implica un inmenso condicionamiento, al limitar aún más los estrechos márgenes de autonomía de la política económica.

Default. Como se mencionó, la cesación de pagos de la economía macrista fue en marzo de 2018, cuando Wall Street cerró el grifo de dólares. No fue declarada oficialmente porque el rescate del FMI extendió la agonía a un costo fabuloso. Pero hasta ni eso alcanzó. El default de Macri es inédito porque se concretó con deuda emitida por el mismo gobierno. En el repaso de las cesaciones de pagos de Argentina no se encuentra un caso así. Las anteriores fueron de deudas heredadas de otras administraciones. Este default también es insólito porque involucró deuda emitida en pesos. O sea, el gobierno de Macri decidió no pagar deuda en la moneda que el país emite. Después de recibir una economía desendeudada, la entregará en default. O sea, Macri endeudó y defaulteó en menos de cuatro años. Es una marca notable para un ciclo político-económico tan breve.

Herencia
A los pocos meses del gobierno de Macri, el economista Jorge Gaggero ofreció la lúcida observación acerca de que estaba comenzando el tercer ciclo largo del endeudamiento argentino. El primero fue de 124 años, arrancando con el crédito de la Baring Brothers en 1823 y terminando en 1947 con la cancelación final de toda la deuda. El segundo ciclo comenzó con la dictadura cívico-militar en 1976 y estalló en el 2001. El tercero lo inauguró y lo clausura Macri, con una intensidad y velocidad récord.

Gaggero ilustra que en la historia argentina, con pocas excepciones, los endeudadores han sido los gobiernos autoritarios, de facto, reaccionarios, y los pagadores los gobiernos democráticos populares.

Esto último es lo que le toca a la próxima administración liderada por Alberto Fernández. La clave es cómo lo hará para dar sustentabilidad y legitimidad política a su gobierno.

La deuda macrista actúa como un gran limitante, como lo fue la pesada deuda de la dictadura en el primer gobierno de la recuperación de la democracia. Raúl Alfonsín no logró disminuir la carga de la deuda al no prosperar el club de deudores reunido en el Consenso de Cartagena (junio de 1984; once países que concentraban el 80 por ciento de la deuda regional). Quedó así muy condicionado a lo largo de su gobierno, con el único respiro de los meses del Plan Austral, para terminar en una hiperinflación.

Quita
Desde las veredas de la heterodoxia y de la ortodoxia coinciden en que el actual stock de deuda, con gran parte de los vencimientos concentrada en el corto plazo de los próximos cuatro años, debe ser reestructurado. A partir de ese punto de acuerdo aparece la disidencia acerca de cómo hacer esa renegociación, con quita o sin quita de capital, suspensión de pagos de intereses o extensión del plazo de pago.

La reestructuración de la deuda tiene que ser pensada en función a cuántos recursos libera para impulsar un consistente ciclo de crecimiento; no debe evaluarse en función de los intereses del mundo de las finanzas. Debería ser entonces una negociación intensa, con quita de capital, extensión de los plazos y tasas de interés bajas ; más aún porque la deuda con el FMI es abultada y sólo se podrá refinanciar, y porque la economía mundial no muestra signos de vitalidad para recibir un viento de cola del exterior.

Tiempo
En esta instancia, como enseñan negociaciones pasadas, si el objetivo es abordar con firmeza la cuestión de la deuda no será efectivo el voluntarismo político ni los guiños amigables hacia el mercado. Hay un escenario que los financistas y sus voceros quieren maquillar, pero que no debería ser ocultado: el ciclo financiero neoliberal de la economía macrista ha sido fulminante.

La economía fue arrojada hacia la insolvencia por las políticas de desregulación financiera y, por lo tanto, existe corresponsabilidad del FMI y del mundo de las finanzas por la crisis económica, social y laboral que padece la mayoría de la población.

Será muy complicado consolidar una legitimidad política para impulsar el crecimiento económico si no se liberan recursos del presupuesto con la postergación del pago de intereses y capital de la deuda. Y el gobierno que comenzará el próximo 10 de diciembre no tiene mucho tiempo para cerrar la instancia de negociación con los acreedores privados.

El apuro es para evitar un default descontrolado, que inicialmente implicaría costos adicionales a los ya pesados que dejará el macrismo. La urgencia es también para ampliar los márgenes fiscales para alentar la demanda interna que impulse el crecimiento económico.

Desde el día que Alberto Fernández ingrese como presidente a la Casa Rosada hasta el inicio del segundo trimestre del año próximo (2020) es el plazo que brinda márgenes para liderar con más fuerza esta crucial negociación. Hasta entonces se librará la madre de todas las batallas para dejar atrás la noche macrista y empezar a alumbrar un horizonte de mejora de la economía.

Alfredo Zaiat.
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