Internet: La red neoliberal.


Lejos de los sueños de una red de iguales donde ni Estado ni empresas podrían someter a las mayorías, Internet comenzó su adaptación hacia un mundo neoliberal perfecto. Se desarrolla con la captura de trabajo no remunerado, flexibilización laboral y control monopólico de nichos del mercado con promesa de ganancias rápidas y muy por encima de las inversiones. Existen pocos grandes ganadores en esta suerte de utopía neoliberal desregulada.

Durante los 90, cuando internet llegó al gran público no pocos vieron en ella la solución a casi todos los problemas sociales. Gracias a su arquitectura descentralizada nadie estaría en condiciones de concentrar poder: internet facilitaría una gigantesca e igualitaria asamblea global. El investigador Evgeny Morozov resume la posición de estos “internet-centristas” en tres frases: la descentralización derrota a la centralización, las redes son mejores que las jerarquías y las audiencias superan a los expertos.

Estos tres principios parecieron funcionar por un tiempo, sobre todo en los comienzos de la web, cuando miles de actores explotaron la apertura para experimentar y sumarse a la red de redes. Sin embargo, a fines del siglo XX, al igual que con otros medios de comunicación masiva, el mundo de los negocios buscó formas de hacer dinero en esa suerte de ágora hiperdemocrática de la manera que suele hacerlo: concentrando poder tecnológico, económico y político. Así fue cómo, lejos de los sueños de una red de iguales donde ni Estado ni empresas podrían someter a las mayorías, internet comenzó su adaptación hacia un mundo neoliberal perfecto de captura de trabajo no remunerado, flexibilización laboral, control monopólico de nichos del mercado con promesa de ganancias rápidas y muy por encima de las inversiones. La arquitectura del sistema no alcanzaría para detener este proceso.

Capitalismo de plataformas
Internet es permanentemente escrutada para dar con un análisis acabado de su inmensidad. La oferta es variada, pero en los últimos años el tono general ha derivado desde una mirada tecnoutópica hacia otra más apocalítptica que intenta responder la ya una pregunta aplicable a tantas cosas: “¿cuándo se estropeó Internet?”. En su indagación incluso periodistas e investigadores del Primer Mundo se atreven a mencionar que la raíz del problema puede ubicarse no tanto en cuestiones técnicas o en una humanidad hedonista, si no en la dinámica del capitalismo, una palabra que a veces parecen pronunciar incómodos, como si se estuviera cuestionando la ley de gravitación universal.

Es allí donde se para el canadiense Nick Srnicek en su libro Capitalismo de plataformas, traducido y publicado en 2018 en Argentina por Caja Negra. En lugar de entregarse a complejos análisis sobre las múltiples facetas de Internet, el autor toma distancia de su objeto de estudio para ubicar a las grandes plataformas en el horizonte neoliberal y sus crisis de sobreacumulación. En esos momentos se visualizan más claros las contradicciones y los hilos del sistema, como ocurrió durante el “boom de las puntocom” como se llamó la repentina caída en la bolsa de las empresas tecnológicas a partir del año 2000. Según Srnicek, en los 90’, en un contexto de crisis industrial y poco crecimiento de la economía general, el sector más dinámico y atractivo eran las telecomunicaciones. Hacia allí corrieron los capitales de riesgo en busca de ganancias como en una suerte de conquista del oeste pero del ciberespacio. Estaba todo por hacer y se debía correr para alambrar una parcela: entre 1997 y 2000 las acciones de las empresas tecnológicas crecieron cerca de 300 por ciento.

El resultado fue una burbuja sobredimensionada para lo incierto del negocio en ciernes. Cuando algunos se retiraron con la sospecha de que no recuperarían su inversión contagiaron a otros actores iniciando una corrida que quebró miles de empresas y desvaneció miles de millones de dólares en menos de tres años. Paradójicamente, como suele ocurrir en las crisis, los sobrevivientes se quedaron con el campo libre y la experiencia de los fracasos ajenos para hacer un negocio más acorde con lo real.

El otro gran legado que dejó la crisis fue una infraestructura ya instalada y ociosa que permitía transmitir, almacenar y procesar datos como nunca antes. Los Facebook, Google o Amazon comprendieron que debían encontrar un modelo de negocios sustentable.

Las primeras respuestas vinieron de la publicidad, la venta de productos y otros modelos existentes, ahora recargados digitalmente. Es que pronto encontraron una gran ventaja respecto de sus competidores analógicos: como efecto colateral de su trabajo acumulaban datos para mejorar sus servicios y expandir esa recolección a territorios inimaginados.

Tras la crisis de 2008 se produce un proceso similar al de los ‘90: en un contexto de escaso crecimiento y tasas de interés bajas, los capitales acumulados, para encontrar “réditos más elevados han tenido que dirigirse a hacia activos más riesgosos invirtiendo, por ejemplo, en compañías tecnológicas no rentables y que todavía no han sido puestas a prueba”, sintetiza el autor de Capitalismo de plataformas. Esto explica que empresas que trabajan a pérdida valgan miles de millones de dólares. “El boom de los noventa se parece a gran parte de la fascinación actual por la economía del compartir, la Internet de las cosas y demás negocios habilitados por la tecnología”.

La novedad austera
Srnicek analiza un tipo novedoso de plataformas a las que llama “austeras” porque tercerizan hasta el corazón de sus negocios, y que se ubican como intermediarias entre negocios ya existentes y sus clientes. El ejemplo paradigmático es Uber, que piensa lanzarse a la bolsa este año con una tasación total de 120.000 millones de dólares.

¿Cómo es posible ese valor de mercado para una empresa que casi no tiene infraestructura propia ni da ganancias? Es que el capital financiero ha vuelto a la política (riesgosa) de “crecimiento primero, ganancias después”.

El resultado pueden ser guerras comerciales titánicas financiadas por miles de millones de dólares, capaces de trabajar a pérdida durante largo tiempo. Travis Kalanick, el anterior CEO de Uber, contó en una entrevista en 2016 que perdían cerca de 1000 millones de dólares por año para competir con otra empresa no rentable en China. Las esquirlas de esa batalla entre colosos seguramente desangra también a los pequeños y medianos jugadores con menos recursos para resistir.

El objetivo es picar en punta y crecer lo más rápido posible. En el caso de Uber, por ejemplo, como terceriza hasta la parte esencial de su negocio (el transporte), puede escalar alquilando servidores a terceros. Allí se acumulan datos que permiten avanzar hasta alcanzar el ansiado control del mercado de transporte.

Srnicek encuentra una tendencia natural al monopolio en este tipo de compañías, debido a que las personas van a las plataformas donde están los amigos, donde haya más choferes, más habitaciones libres, más cadetes. Además los datos acumulados hacen muy difícil el surgimiento de eventuales competidores que carecen de ellos.

Por otro lado las empresas tecnológicas más consolidadas guardan buena parte de sus ganancias en el exterior. En casos como el de Apple, Microsoft, Cisco y Oracle, en 2016 las reservas en el extranjero superaban el 90 por ciento del total; en el de Google llegaban a casi el 60 por ciento. Esta proporción es consecuencia de estrategias de evasión que los lleva a localizarse en paraísos fiscales. El dinero queda así disponible para comprar a cualquier potencial competidor o desarrollar un producto que compita directamente con éste. Aquellas empresas que ya tienen un modelo de negocios rentable pueden proteger su negocio central y subsidiar a aquellas ramas que aún necesitan tiempo para madurar y demostrar su verdadero potencial.

Si bien estas plataformas representan una parte menor de la economía se exhiben como modelo deseable y los que quieren sobrevivir a la digitalización de la producción intentan imitarlos aumentando aún más la demanda de servicios en la nube que ofrecen los grandes jugadores.

¿Qué hay de nuevo, viejo?
En un contexto de aumento de la desocupación, la promesa de generar nuevos trabajos hace que se reduzcan los controles del Estado. Las empresas austeras para reducir costos llaman “microemprendedores” a sus empleados y reduce al mínimo el costo laboral. Ejemplos paradigmáticos en el mundo son, una vez más, Uber o Airbnb, y en el ámbito local los recién llegados como Glovo o Rappi. Aunque desde una posición de debilidad muchos de estos trabajadores se organizan alrededor del mundo para reclamar condiciones de contratación más justas mientras del otro lado se pagan costosos abogados y lobistas.

De alguna manera, parte del boom tecnológico global se sustenta en la vieja y conocida sobreexplotación del trabajo. Srnicek cita a The Economist, una revista internacional insospechada de “izquierdismos” que admitía ya en 2008: “Si el porcentaje de ganancia bruta interna pagado en salarios subiera a los niveles promedio de los noventa, el rendimiento de las compañías estadounidenses caería un quinto”. Más que creadoras de crecimientos, estas empresas parecen ser concentradoras de los recursos existentes.

Lógicas parasitarias
Entre las plataformas más exitosas en términos económicos reales (no potenciales), se destacan las “plataformas de publicidad”, como las llama Srnicek: es de allí de dónde Facebook y Google obtienen más del 90 por ciento de sus ganancias. Las plataformas publicitarias en particular tienen dos grandes ventajas: los contenidos que generan la atención que permite exhibir la publicidad están “subsidiados” por la gentileza de sus (supuestos) usuarios; la otra es que cuentan con los datos necesarios para exhibirla solo a aquellos que sus algoritmos dicen que pueden estar interesados.

Paradójicamente, sostiene Srnicek, el mercado publicitario está atado al gasto económico total: si a las empresas no les va bien, no pueden invertir en publicidad, por lo que en el largo plazo este mercado también se ve condicionado por la falta de crecimiento global. Así es que estas plataformas invierten en abaratar aún más el “costo” de la publicidad para competir, lo que, a su vez, impacta en medios tradicionales sustentados por la publicidad.

Las redacciones se vacían, los canales pierden audiencia al igual que las radios por cambios en las formas de consumo, pero también porque estos medios no cuentan con el dinero necesario para adaptarse (un efecto colateral es la reducción en la diversidad de voces y el consiguiente impacto que esto tiene en la democracia). Así el precio de la publicidad se devalúa constantemente. Srnicek se pregunta retórico: “Hay que preguntarse si financiar una carrera armamentística en el área de la publicidad es la mejor maneja de invertir la riqueza de la sociedad”.

Lejos de la utopía anarco tecnológica, Internet se ha transformado en una suerte de utopía neoliberal desregulada y con pocos grandes ganadores que, paradójicamente, deben encontrar nuevos nichos para ubicar el excedente generado. Como dice Snricek, “en lugar de un boom financiero o inmobiliario, el capital excedente hoy en día parece estar armando un boom tecnológico”.

La utopía tecnológica se parece cada vez más a la distopía de la economía neoliberal que suele explotar sus burbujas con regularidad.

Esteban Magnani.

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