La postverdad.
La técnica de la postverdad transforma la opinión pública en un mar de mentiras donde a la deriva los ciudadanos. ya no tienen de dónde aferrarse.
Obama falsificó su partida de nacimiento y no es norteamericano. Además, fundó EI junto con Hillary Clinton. El reciente y frustrado golpe de Estado en Turquía fue promovido por la CIA. El Brexit (British Exit) logró que Inglaterra no sufriera la anexión de Turquía a la Unión Europea, llenándola de inmigrantes. Nada de todo lo anterior es cierto pero se repite como verdades en los países citados: son postverdades. Así las calificó la revista The Economist en su nota de tapa titulada “El arte de la mentira: la postverdad política en la era de las redes sociales”. Son mentiras en las que muchos quieren creer porque resultan funcionales a sus prejuicios.
Siempre hubo mentiras en política, y antes de que se crearan las redes sociales ya se había logrado viralizar con éxito la creencia de que Saddam Hussein tenía armas de destrucción masiva, y mucho antes Hitler convenció al pueblo alemán de la “amenaza judía”. Pero en el pasado las grandes mentiras eran una construcción nacional que sólo podían ser creadas por los aparatos de propaganda estatales. Mientras que la actual fragmentación de las fuentes de información, especialmente las promovidas por las redes sociales, permite mentir en gran escala a provocadores, agitadores, mercenarios y activistas, ya sea para sí mismos, como Trump, al servicio de una facción, como Stiuso (cuya declaración de febrero en la Justicia se difunde ahora como un hecho nuevo), o de una organización rentada o amateur, como los K, los anti K o el Tea Party en Estados Unidos. A una velocidad nunca vista, las redes sociales crean un mundo atomizado donde el rumor y el chisme no se diferencia de los hechos, haciendo que mentiras convertidas en verdades transformen en disfuncional el sistema político.
Y cuando la política se transforma en lucha libre, todos los ciudadanos pagan su costo. La técnica de la postverdad transforma la opinión pública en un mar de mentiras donde a la deriva los ciudadanos ya no tienen de dónde aferrarse. La era de la postverdad puede llevar al mundo nuevamente a la opresión del pasado, escribió The Economist.
Ya antes de morir y de que el fenómeno tuviera el alcance actual, Umberto Eco se refería desdeñosamente a las redes sociales diciendo que eran el único lugar donde tenía la misma relevancia la opinión de un Premio Nobel que la de un alcohólico del bar de la esquina, siendo una fuerza corrosiva que podría destruir la confianza popular en la opinión de expertos e instituciones establecidas.
Para The Economist, cuando los políticos tratan de responder con hechos la equivocación de lo que se difunde por las redes sociales, no comprenden que la política de la postverdad ya no precisa basarse en evidencias. Cuando Trump dice lo que dijo sobre Obama o los Clinton, no busca convencer a una elite, sino reforzar las creencias de los despolitizados que se guían por emociones, haciendo difícil combatir la postverdad con la “proverdad”.
La clave no es que sea cierto sino que se “sienta cierto”(The Economist)
El gobierno argentino es un gran ejemplo. Resulta paradójico verlos enamorados de las redes sociales y sin la necesidad de depender de la intermediación del periodismo profesional para comunicarse con la sociedad. Ya esa falta de intermediación los hará blanco del errático e histérico humor de las masas que hoy creen controlar. Mientras la Unión Europea penaliza a empresas como Google o Facebook y les hace pagar compensaciones a los medios periodísticos por la utilización de sus contenidos, frívolamente el gobierno argentino coloca publicidad oficial en Google y Facebook, que justamente no se ven a sí mismos como empresas incluidas en la responsabilidad social del periodismo, sino como empresas tecnológicas basadas en algoritmos que usan para determinar qué (y qué no)informar.
Más grave aún es que el Gobierno se enamora de esa herramienta como forma de construcción de la realidad y en un in crescendo pasa de las fotos del perro Balcarce a repetir el beso de Juliana y la bicicleta de Macri en sus viajes, para terminar este viernes fabricando una puesta que ya incluye al público en forma de actores, como denunció ayer el diario Página/12 mostrando que el viaje en colectivo de la línea 520 del partido bonaerense de Pilar divulgado por el Gobierno no fue espontáneo, sino que los pasajeros que acompañaron al Presidente fueron elegidos.
El mismo día, en el Centro Cultural Kirchner, el jefe de Gabinete, Marcos Peña, reunía a mil voceros y encargados de prensa de las áreas oficiales para coordinar la comunicación del Gobierno, diciéndoles: “Ya no se puede bajar una línea pasiva, hoy se trata de la interacción, con los timbreos o las redes (...) ya no es posible comunicar como hace veinte años, cuando no había estos avances tecnológicos. Estamos haciendo algo que nunca se hizo. Nadie trabajó la comunicación pública como ahora”.
Sentimientos, no hechos, se utilizan para crear una falsa visión del mundo.
Se podría decir que Cambiemos es “un gobierno para celulares” que coloca en el centro de la acción política la comunicación, igual que el kirchnerismo, simplemente que este último se apropiaba de los medios tradicionales y Cambiemos utiliza los nuevos medios.
En su presentación, Marcos Peña dijo: “Los temas que aparecen en los medios no son los temas de la gente”, revelando una disputa por la construcción de la agenda comunicacional que pretende instalar desde las redes sociales.
“Los cambios en la forma de contar lo que ocurre son una consecuencia de que cambió la forma de hacer política”, sintetizó el jefe de Gabinete. Ojalá sea así y no estén invertidas causa y consecuencia, haciendo que el cambio de la forma de hacer política sea el cambio de la forma de contar lo que ocurre y de seleccionar (o producir) qué es lo que ocurre. Por ejemplo, vecinos del Conurbano alegres de compartir el colectivo con el Presidente.
Jorge Fontevecchia.
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